Famosas infraganti

Este es un relato costumbrista tico.

2022.01.10 05:39 Imaginary_Alarm_7575 Este es un relato costumbrista tico.

NECROLOGIA DEL ASNO: De la I Campaña

Pocos días ha que en la calle del Palacio se halló muerto de una estocada el animal favorito de los valientes soldados del 11 de Abril de 1856. No era más que un pobre asno, pero tenía para Costa Rica más méritos adquiridos que algunos hombres.
En su corta existencia se mostró digno de la pura sangre árabe que sus antecesores le legaron. Nacido en Nicaragua de dos honrados burros, pasó su edad primera corcobeando, corriendo en el florido suelo de aquella privilegiada región, y su juventud, rebuznando amores a las esbeltas yeguas chontaleñas, hasta que un despiadado filibustero, afiliándole en las famosas columnas que bajo el mando de Schlessinger destinó William Walker a conquistar a Costa Rica, lo separó de sus favoritas.
Nuestro pollino (que nada tenía de lerdo) oliéndose lo que a sus compañeros de armas aguardaba en Santa Rosa, tuvo por conveniente desertarse en Sapoa, y dejando partir a los filibusteros en busca de su fatal destino, se quedó pastando la tierna, jugosa yerba en las fértiles orillas del cercano rio. Allí le hallaron nuestras tropas cuando después de exterminar la banda de Schlessinger marchaban sobre Nicaragua. Tomóle a su servicio el oficial Don Samuel Aguilar, y vínole de perlas (al oficial) porque ciertamente no estábamos muy abundantes de caballerías.
El asno le condujo con la mejor voluntad hasta Rivas, donde siguió prestando eminentes servicios y aguantando las más pesadas bromas con amabilidad y gracia imperturbables. ¿Había que traer carne, leña, o cualquiera otra cosa para la gente? —Venga el burro de Sapoa. —Se ofrece una diligencia lejana que no requiere gran prisa? —Venga el burro, decía el encargado de él. ¿Estaban de huelga los soldados y sin con que divertirse? —Pasaba el burro, echábanle mano, le vestían, poníanle caperuzas, le toreaban, y más de una vez le pusieron triquitraques y otros proyectiles inocentes en la cola, sin que por ello se enojara el complaciente animal.
Él fue testigo de la terrible lucha que sostuvimos el 11 de Abril; paseó por las calles mientras William Walker estaba encerrado; y logrando salir ileso de la lluvia de balas que por tantas horas inundó la plaza, rebuznó el 12, celebrando la fuga de nuestros enemigos, y burlándose de ella.
Cuando el cólera mortal nos obligó a retirarnos, el burro trajo siempre sobre sus lomos hasta Costa Rica uno o dos enfermos o heridos ítem más, cuantos morrales se le podían acomodar, y en este penoso viaje no se le llegó a quitar una sola vez la albarda. EI valiente animal cumplió dignamente, y sin proferir la más leve queja.
Llegó a San José sirviendo a los soldados del Mayor Don Máximo Blanco, y a dicho jefe se le entregó mientras alguien no lo reclamara con legítimo derecho. Desde entonces, el pobre burro, acariciado de los soldados de la primera campaña, y especialmente de los que sobre él se salvaron, paseaba tranquila, majestuosamente por las calles de San José. Sirviendo de juguete a los muchachos que se divertían en ponerle máscaras y corazas, más sin hacerle mal.
Desgraciadamente para él, llegó a tener tal confianza en las inmunidades que sus servicios le daban, que en cuanto olía alguna golosina en cualquier parte, se entraba sin previo aviso a saciar su gula de sibarita. Esto le arrastró al precipicio: (es malo ser goloso) murió al furor de un vecino de esta capital, que ignorando sin duda sus privilegios y hallándole infraganti en su casa comiendo sin permiso, le atravesó de una mortal estocada. El Mayor Blanco pidió razón de su muerte, y obtuvo a moderada composición cuarenta pesos por ella; dicha cantidad ha sido donada al hospital San Juan Dios, para que el asno fuera útil hasta en su muerte. Esta ha sido digna de él: murió no vulgarmente como un burro cualquiera, sino de una herida de acero, como lo merecía. A pesar de ser pollino, su memoria vivirá más tiempo en los heridos y enfermos que salvó que la de muchos hombres que nada hicieron por los defensores de la Patria.
Un soldado de la primera Campaña.
Fuente:
Castro-Rawson, M. (1971). El costumbrismo en Costa Rica, 2a. ed, página 183. San José, Costa Rica. Imp. Lehmann.
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